Tuesday 25 May 2010

Tu auras des étoiles qui savent rire !

     —Les gens ont des étoiles qui ne sont pas les mêmes. Pour les uns, qui voyagent, les étoiles sont des guides. Pour d’autres elles ne sont rien que de petites lumières. Pour d’autres, qui sont savants, elles sont des problèmes. Pour mon businessman elles étaient de l’or. Mais toutes ces étoiles-là se taisent. Toi, tu auras des étoiles comme personne n’en a...
     —Que veux-tu dire ?
     —Quand tu regarderas le ciel, la nuit, puisque j’habiterai dans l’une d’elles, puisque je rirai dans l’une d’elles, alors ce sera pour toi comme si riaient toutes les étoiles. Tu auras, toi, des étoiles qui savent rire !
     Et il rit encore.
     —Et quand tu seras consolé (on se console toujours) tu seras content de m’avoir connu. Tu seras toujours mon ami. Tu auras envi de rire avec moi. Et tu ouvriras parfois ta fenêtre, comme ça, pour le plaisir... Et tes amis seront bien étonnés de te voir rire en regardant le ciel. Alors tu leur diras : « Oui, les étoiles, ça me fait toujours rire ! » Et ils te croiront fou. Je t’aurai joué un bien vilain tour...
     Et il rit encore.
     —Ce sera comme si je t’avais donné, au lieu d’étoiles, des tas de petits grelots qui savent rire...
     Et il rit encore.
Antoine de Saint-Exupéry, Le Petit Prince, Éditions Gallimard Jeunesse, 2007, p. 109.

Tripas y cerebro

En 1891, sir Arthur Keith hizo una observación que pasó desapercibida. Este científico había notado que en los primates existía una relación inversa entre el tamaño del cerebro y el del estómago. Sorprendentemente, cuanto mayor es el estómago menor es el cerebro, o, dicho con otras palabras, un primate no puede permitirse tener a la vez un sistema digestivo grande y un cerebro grande. Éste es un hecho que requería con urgencia una explicación. Sin embargo, esta explicación se demoró más de un siglo hasta que, en 1995, Leslie Aiello y Peter Wheeler propusieron una hipótesis que tiene una gran importancia para los estudios sobre la evolución humana.
     Estos autores señalan que dado que el cerebro es uno de los órganos más costosos en el metabolismo de los individuos (la economía del cuerpo), un aumento de su volumen sólo sería posible a cambio de la reducción de otro órgano con similar consumo de energía. En relación con su peso, los órganos energéticamente más costosos del cuerpo humano son el corazón, los riñones, el cerebro y el conjunto formado por el tubo digestivo más el hígado; el cerebro representa el 16 % de la tasa metabólica basal del organismo (...), y el tubo digestivo un porcentaje próximo, el 15%. (...)
     Aiello y Wheeler concluyen que la expansión cerebral que se produjo en el Homo sólo fue posible con un acortamiento del tubo digestivo. La longitud de éste depende del tipo de alimento que tenga que procesar; en los herbívoros es siempre mayor que en los carnívoros porque la carne es un alimento de fácil asimilación. Los herbívoros, por el contrario, necesitan largos tubos digestivos para poder metabolizar los vegetales que consumen, especialmente si éstos son ricos en celulosa.
     (...) El tubo digestivo puede [reducirse] si a cambio se mejora la alimentación, en el sentido de que aumenta la proporción de nutrientes de alta calidad, es decir, de fácil asimilación y gran poder calorífico. ¿Cuáles son estos productos de alta calidad que no formaban parte de la dieta de los parántropos? La respuesta sólo puede ser las grasas y proteínas animales. Los primeros humanos habrían pasado a incorporar una proporción más alta que ningún otro primate de carne, a la que accederían primero como carroñeros y luego cada vez más como cazadores. (...)
     Por tanto, la expansión cerebral del Homo sólo puso ser posible a cambio de una variación en la dieta, que a su vez se traduce en la reducción del tamaño del tubo digestivo y, correlativamente, del aparato masticador. Aiello y Wheeler insisten en que eso no quiere decir que el cambio de dieta produjera automáticamente un aumento del tamaño del cerebro; sólo insisten en que era necesario que nos hiciéramos carnívoros para poder ser inteligentes (aunque esta es una pescadilla que se muerde la cola porque los alimentos de alta calidad requieren de mayores capacidades mentales para ser localizados).
Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez, La especie elegida, Círculo de Lectores, Barcelona, 2009, pp. 194-196.