Wednesday 27 February 2008

El lobo estepario

[Armanda a Harry Haller]
"Tú, Harry, has sido un artista y un pensador, un hombre lleno de alegría y de fe, siempre tras la huella de lo grande y de lo eterno, nunca satisfecho con lo bonito y lo minúsculo. Pero cuanto más te ha despertado la vida y te ha conducido hacia ti mismo, más ha ido aumentando tu miseria y tanto más hondamente te has sumido hasta el cuello en pesares, temor y desesperanza, y todo lo que tú en otro tiempo has conocido, amado y venerado como hermoso y santo, toda tu antigua fe en los hombres y en nuestro alto destino, no ha podido ayudarte, ha perdido su valor y se ha hecho añicos. Tu fe ya no tenía aire para respirar. Y la asfixia es una muerte muy dura. ¿Es exacto, Harry? ¿Es esta tu suerte?" (pág. 169)

"Mientras nosotros estábamos abismados calladamente en los juegos afanosos de nuestro amor, perteneciendo el uno al otro más íntimamente que nunca, se despedía mi alma de María y de todo lo que ella me había significado. Por ella aprendí a entregarme infantilmente una vez más en el último instante al jugueteo de la superficie, a buscar las alegrías más fugaces, a ser niño y bestia en la inocencia del sexo, un estado que en mi vida anterior sólo había conocido como excepción rara, pues la vida sensual y el sexo habían tenido para mí casi siempre el amargo sabor de culpa, el gusto dulce, pero timorato, de la fruta prohibida, ante la cual debe ponerse en guardia un hombre espiritual. Ahora, Armanda y María me habían enseñado este jardín en toda su inocencia; agradecido, había sido yo su huésped; pero pronto se hacía tiempo ya para mí de seguir andando, resultaba demasiado bonito y demasiado confortante este jardín. Seguir aspirando a la corona de la vida, seguir purgando la culpa infinita de la vida, era lo que me estaba reservado. Una vida fácil, un fácil amor, una muerte fácil, no eran cosas para mí". (pág. 178)

[Mozart a Harry Haller en el Teatro Mágico, a propósito de un aparato de radio]

"— Por favor, no se ponga usted patético, vecino. ¿Ha oído usted por lo demás el ritardando? Un capricho, ¿eh? Sí, pues deje usted, hombre impaciente, deje entrar en su alma el pensamiento de este ritardando... ¿Oye usted los bajos? Avanzan como dioses; y deje usted penetrar este capricho del viejo Händel en su inquieto corazón y tranquilizarlo. Escuche usted, hombrecito, por una vez siquiera sin aspavientos ni broma, cómo detrás del velo en efecto irremediablemente idiota de este ridículo aparato pasa majestuosa la lejana figura de esta música divina. Ponga usted atención, algo se puede aprender de ello. Observe cómo esta absurda caja de resonancia hace en apariencia lo más necio, lo más inútil, lo más execrable del mundo y arroja una música cualquiera, tocada en cualquier parte, la arroja necia y crudamente, y al propio tiempo, lastimosamente desfigurada, a sitios inadecuados, y cómo a pesar de todo no puede destruir el alma prístina de esta música, sino únicamente poner de manifiesto en ella la propia técnica torpe y la fiebre de actividad falta de todo espíritu. ¡Escuche usted bien, hombrecito; le hace falta! ¡Ea, atención! Así. Y ahora no sólo oye usted a un Händel oprimido por la radio, que, sin embargo, hasta en esta horrorosa forma de aparición sigue siendo divino; oye usted y ve, carísimo, al propio tiempo una valiosa parábola de la vida entera. Cuando está usted escuchando la radio, oye y ve la lucha eterna entre la idea y el fenómeno, entre la eternidad y el tiempo, entre lo divino y lo humano. Precisamente, amigo, igual que la radio va arrojando a ciegas la música más magnífica del mundo durante dies minutos por los lugares más absurdos, por salones burgueses y por sotabancos, entre abonados que están charlando, comiendo, bostezando o durmiendo, así como despeja a esta música de su belleza sensual, la estropea, la embadurna y la desgarra y, sin embargo, no puede matar por completo su espíritu; exactamente lo mismo actúa en la vida la llamada realidad, con el magnífico juego de imágenes ofrece a continuación de Händel una disertación acerca del modo de desfigurar los balances en las empresas industriales al uso, hace de encantadores acordes orquestrales un bodrio poco apetecible de sonidos, introduce por todas partes su técnica, su actividad febril, su miserable incultura y su frivolidad entre el pensamiento y la realidad, entre la orquesta y el oído. Toda la vida es así, hijo, y así tenemos que dejar que sea, y si no somos asnos, nos reímos, además. A personas de se clase no les cuadra criticar la radio ni la vida. Es preferible que aprende usted antes a escuchar. ¡Aprenda a tomar en serio lo que es digno de que se tome en serio, y ríase usted de lo demás! ¿O es que usted mismo lo ha hecho acaso mejor, más noblemente, más inteligentemente, con más gusto? No, monsieur Harry, no lo ha hecho usted. Usted ha hecho de su vida una horrorosa historia clínica, de su talento una desgracia. Y usted, a lo que veo, no ha sabido emplear a una muchacha tan linda, tan encantadora, para otra cosa más que para introducirle un puñal en el cuerpo y destrozarla. ¿Considera usted justo esto?" (pág. 240)
Hermann Hesse, El lobo estepario, Biblioteca Hesse, Alianza Editorial, primera edición en "Biblioteca de Autor", sexta reimpresión, 2003. Traducción: Manuel Manzanares.

Gracias a Chris por regalarme el libro hace algunos años (marca el dos de julio de 2003) y a la casualidad por permitirme rescatarlo del olvido tan solo un par de meses atrás. Para culturizarnos un poco.

Tuesday 12 February 2008

Hay que rajarle las tripas desde la boca hasta el ch***o

8:36 de la mañana. Somnoliento y aturdido oigo desde el baño voces susurrantes que ascienden, acompañadas de pasos lentos, por las escaleras empinadas del edificio. Escucho:

"...no está en obras... cuerdas... vistas de la casa..."—frases entrecortadas entre un hombre y una mujer. De fondo, ruido eléctrico—"ATENCIÓN"—se oye proveniente de un walkie talkie, y yo espero la orden de desalojo inmediato del edificio por peligro inminente de derrumbe. Después de la aparición de grietas enormes que van de techo a suelo y abriéndose paso de esquina a esquina y de pared en pared, y azulejos descolocados por la hinchazón de tabiques debida a la filtración del agua, no me extraña. Me mentalizo. Pero no se produce el anuncio. El sonido de las voces, que se había ido magnificando hasta este momento, llega ahora cada vez más amortiguado a medida que la mujer y el hombre continúan su ascenso hacia el último piso.

La mujer (que ahora reconozco como la presidenta) se queja ante el policía de alguna cosa. Me quedo quieto y contengo la respiración para no estorbarme. Pero no consigo entender exactamente cuál es el problema. Todo está en silencio en el gallinero, silencio que no presagia nada bueno. El depredador se intuye al acecho. Salta. La del como me se estropee la lavadora, ¡monto un pollo! y del nieto de la camiseta del cocoloco, con su manifiesta enemistad desde tiempos inmemoriales (un año más o menos, que es el tiempo que hace que llevo malviviendo en este zulo malcomunicado y lúgubre), monta un pollo y, aprovechando la presencia del policía, arremete contra la presidenta. Las dos se enzarzan en una pelea de sordos con la siguiente conclusión:

    —Pues entonces tendremos que quitar todas las cuerdas de las terrazas, y tú la primera.

    —Pues si hay que quitarlas las quito, que yo he sido la primera tanto para lo bueno como para lo malo.

    —¡¡Señora, señoraa!!—trata de interrumpir el policía a la presidenta sin conseguirlo—¡bueno, venga, grite, que gritar es gratis!—y baja las escaleras solo.

Se suman más vecinas al barullo, esta vez con insultos. Asquerosa, zorra, ladrona... Dice una vecina marroquí: "A esta zorra hay que rajarle las tripas desde la boca hasta el chocho... ¡denunciar al pobre chico...!". Y más tarde: "Habría que cogerla entre dos o tres y matarla". Prosigue en árabe dialogando con otra vecina musulmana; a continuación sola mientras se pasea de aquí para allá por la casa haciendo las tareas domésticas, como buena maruja enrabietada (el tipo de maruja de la que huía aquel convertido cerosexual de Antena 3). "Que luego viene con el perro a las tantas y el perro, guau, guau, y nadie la denuncia por ello. Y ella trae a la policía para que venga a ver unas cuerdas".

Media hora después, la vecina marroquí sigue con su retórica. No se callará. "Ya le dijo el policía: señora, si usted quiere que le quite las cuerdas, usted tendrá que quitar primero las suyas".

    —Aquí tiene que venir la televisión.

Monday 11 February 2008

Señora, no entre aquí.

El domingo por la mañana, en la puerta del vestuario masculino de la piscina había un papelito, que más parecía un anuncio de una señora que se ofreciese para hacer trabajos del hogar que otra cosa, pegado en una esquina, a la altura de los ojos encima del tirador, el cual decía:

"Señora, no entre aquí. Si quiere entrar con el niño, vaya al vestuario infantil."
Teniendo en cuenta que a muchos, sobretodo a los de edades más avanzadas, les gusta pavonear sus vergüenzas más de lo necesario, haciendo paseítos indecorosos de aquí para allá y hablando con sus amiguetes sin taparse, me imagino la cara de la pobre señora (quizá también la del niño) ante tanto cuerpo mustio y el shock de los viejetes al ver a una mujer en territorio vedado.

En construcción. Me falta hablar de la primera crema de verduras que he hecho en la vida. (y queda pendiente una entrada más :)

Thursday 7 February 2008

De ce nu vorbesti cu mine?

Germán y Aureliano le contestaban las cartas. Escribió tantas en los primeros meses, que se sentían entonces más cerca de él que cuando estaba en Macondo, y casi se aliviaban de la rabia de que se hubiera ido. Al principio mandaba a decir que todo seguía igual, que en la casa donde nació estaba todavía el caracol rosado, que los arenques secos tenían el mismo sabor en la yesca de pan, que las cascadas de la aldea continuaban perfumándose al atardecer. Eran otra vez las hojas del cuaderno rezurcidas con garrapatitas moradas, en las cuales dedicaba un párrafo especial a cada uno. Sin embargo, y aunque él mismo no parecía advertirlo, aquellas cartas de recuperación y estímulo se iban transformando poco a poco en pastorales de desengaño. En las noches de invierno, mientras hervía la sopa en la chimenea, añoraba el calor de su trastienda, el zumbido del sol en los almendros polvorientos, el pito del tren en el sopor de la siesta, lo mismo que añoraba en Macondo la sopa de invierno en la chimenea, los pregones del vendedor de café y las alondras fugaces de la primavera. Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad, hasta que terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran cuanto él les había enseñado del mundo y del corazón humano, que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenía caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efímera.
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Debolsillo, 9ª edición, pág. 478.

PS. Pentru ca nu vreau :)