Wednesday 23 July 2008

Y ahora la Constitución

No podía decir lo mismo don José, a él todavía le faltaba dar el último paso, buscar y encontrar en la casa de la mujer desconocida una carta, un diario, un simple papel donde cupiese el desahogo, el grito, el no puedo más que todo suicida tiene la estricta obligación de dejar tras de sí antes de retirarse por aquella puerta, para que los que aún van a continuar de este lado puedan tranquilizar las alarmas de su propia consciencia diciendo, Pobrecillo, tuvo sus razones. El espíritu humano, sin embargo, cuántas veces será necesario decirlo, es el lugar predilecto de las contradicciones, además ni se ha observado últimamente que ellas prosperen o simplemente tengan condiciones de existencia viable fuera de él, y ésa debe de ser la causa de que don José ande dando vueltas por la ciudad, de lado a lado, arriba y abajo, como perdido sin mapa ni guía, cuando sabe perfectamente lo que tiene que hacer en este último día, que mañana ya será otro tiempo, o que él será otro en un tiempo igual a éste, y la prueba de que lo sabe es haber pensado, Después de esto, quién seré yo mañana, qué especie de escribiente va a tener la Conservaduría General del Registro Civil. Dos veces pasó frente a la casa de la mujer desconocida, dos veces no paró, tenía miedo, no le preguntemos de qué, esta contradicción es de las que están más a la vista, don José quiere y no quiere, desea y teme lo que desea, toda su vida ha sido así. Ahora, para ganar tiempo, para retrasar lo que sabe que será inevitable, decide que primero tiene que almorzar, en un restaurante barato, como impone su magra bolsa, pero sobre todo que quede lejos de estos sitios, no sea que a un vecino curioso le dé por sospechar de las intenciones del hombre que ya pasó dos veces. [...] Prolongó el frugal almuerzo lo más que pudo, cuando se levantó de la mesa ya pasaba mucho de las tres, y sin prisa, como si arrastrara los pies, se fue aproximando a la calle donde la mujer desconocida había vivido. Antes de torcer la última esquina paró, respiró hondo, No soy miedoso, pensó para darse ánimos, pero era, como les sucede a tantas personas de coraje, valiente para unas cosas, cobarde para otras, no es por el hecho de haber pasado una noche en el cementerio por lo que se le quitará el temblor de piernas de ahora. Metió la mano en el bolsillo exterior de la chaqueta, palpó las llaves, [...] ojalá acierte en seguida, si el edificio tiene portera y es de las que asoman la nariz al menor ruido, qué explicación dará [...]. Don José acertó con la llave a la primera tentativa, la guardiana de la puerta, si la finca la tenía, no apareció preguntándole, Adónde va, señor, aunque es bien cierto lo que se dice, que el mejor guarda de la viña es el miedo a que el guarda venga, por tanto se aconseja comenzar venciendo el miedo, después veremos si el guarda aparece.
José Saramago, Todos los nombres, Alfaguara, primera edición, junio 2001, pág. 316 y ss.

Tuesday 22 July 2008

11% de humedad relativa

Este es el dato que me ha sorprendido esta mañana: 28ºC y 11% de humedad relativa en el salón. No pensé que se pudieran alcanzar niveles tan bajos, acostumbrado como estoy al rango 45%-99% de mi antigua casa.

Monday 21 July 2008

¡Qué bien se está en la nevera!


Ce perfecțiune!, exclamé tras haber cortado tres lonchas de queso y haberlas troceado en pequeños rectángulos. Da. Pasaba de la medianoche, el cazo estaba al fuego con dos salchichas y Oana había terminado de exprimir todas las naranjas que quedaban en uno de los cajones de la nevera. Encerrados en la sauna que era la cocina, Chris, Oana y yo esperábamos a que hirvieran las salchichas picoteando rectángulos de queso y patatas fritas mientras Mădălina dormía, o lo pretendía, también encerrada, en el dormitorio. Media hora antes habíamos regresado del Parque del Cerro del Tío Pío en el barrio de Numancia de Puente de Vallecas. Con Madrid como escenario, la espesa hierba verde de la ladera noroeste de la colina más septentrional del parque nos había servido de butaca para contemplar el anochecer sobre la ciudad, de vez en cuando entorpecida la contemplación por el vuelo errático de los murciélagos sobre nuestras cabezas o el impacto ocasional de algún insecto en mi oreja, nota de terror y suspense a un sobrecogedor espectáculo de luz y formas geométricas que se desarrollaba a nuestros pies. Mientras tanto, detrás de nosotros, un arsenal de fuegos artificiales estaba preparado para empezar a poner fin a las fiestas del Carmen a medianoche. Pero no llegamos a verlos. A esa hora ya estábamos en casa, habíamos cambiado la colina por la cocina, y disfrutábamos de nuestro momento perfecto. En medio del éxtasis, no hay duda de que producto de su genialidad y no de la obnubilación de su mente por el cansancio y el calor, Chris se acercó a la nevera, abrió la puerta para sacar alguna cosa y, mientras la cerraba, dijo, ¡Qué bien se está en la nevera! Las horas pasaron, llegaron las cinco, sonaron las alarmas, se llamó a Radio Taxi, el taxi apareció a su hora, despedidas, besos y simples adioses, remordimientos, volvimos a la cama los que quedamos, más despedidas. Se cerró la puerta y ya sólo quedé yo. Ahora no hay nadie y digo ¡qué bien se está solo! (¡qué tranquilidad!), a la vez que ¡cuánto se echa de menos la compañía!

Monday 14 July 2008

La frustración lleva tu nombre

La frustración se llama J., pensé el martes mientras contestaba a Alastair un email que me envió en respuesta a otro colectivo que había escrito yo unos días antes. Lo había titulado Funny Games, como la película de Michael Haneke, pero ni su respuesta ni la mía hacían referencia a ella. En la suya se interesaba por lo usual: mi piso, la visita de J., que se iba ese mismo día aunque yo ya no lo volvería a ver; mi estado de ánimo, si ya veía las cosas más claras... La mía estaba por el contrario empapada de la frustración que sentía en ese momento. La frustración era J., lo tenía claro. Dos líneas más abajo en mi explicación de los hechos de los días anteriores en mi respuesta a la respuesta de Alastair, un corto momento de lucidez sirvió, sin embargo, para darme cuenta de la inexactitud de la afirmación. La frustración se podría llamar J., era cierto, pero también respondía a otros nombres: A., L., R., V..., el alfabeto entero, e incluso algunas iniciales se repetirían dos o tres veces. Así, la frustración habría sido anteayer, digamos, T., ayer M., hoy sería E. y mañana, por ejemplo, otra vez E., pero una E. diferente, o la misma si se tratase de una E. anormalmente insistente. Siempre habría un nombre que explicaría mi frustración, pero, prestemos atención a ese determinante posesivo, la frustración estaría en realidad siempre en mí. La frustración se llama J. y lleva mi nombre. No es cuestión de darle más vueltas.

J. fue más fácil de tratar de lo que había pensado, lo que no evitó que tuviéramos nuestra pequeña ración de bronca el lunes nada más llegar al Retiro. Al parecer la discusión estuvo motivada por la falta de consideración de este desconsiderado de mí que lo llevó al parque a pesar de que él hubiese comentado que había estado caminando diez horas ese día y estaba cansado... no solo cansado, "agotado" más bien. No entraré con más detalle en la disputa, aunque sí diré que, como es costumbre en mí, no supe mantener la boca cerrada. Tampoco él supo no iniciar una discusión innecesaria una vez alcanzado el destino final. Yo cometí un error, él otro... bueno, él dos. El segundo fue creer que había visto Madrid cuando al final ni el Retiro vio. Esas cuatro cosas que nos dijimos a la cara, como tantas veces pasa, nos quitaron las ganas de pasear por el parque. Nos fuimos a casa de inmediato, primero en el 27, a continuación en la línea tres, ambos enfadados, J. hambriento y yo con mi bendita frustración a cuestas.

J. no consiguió entender el atractivo turístico de Barcelona, de donde venía. Le gustó Gaudí, pero no vio que la ciudad ofreciese nada más. Lo poco que vio de Madrid tampoco lo impresionó: Alcalá es como Londres (no perdamos el tiempo), la Plaza Mayor como Barcelona (ya vista. Se refería a la Plaça Reial) y la zona en la que vivo como Seúl (archiconocida). Gran Vía no es como Nueva York (el símil fácil que esperaba después de los anteriores y con el que me habría halagado): la pasó por alto completamente y temo que pueda terminar siendo recordada por la anécdota que paso a relatar a continuación. Entramos en una peluquería situada entre Plaza de España y San Bernardo. Pidió, yo sirviéndole de intérprete, que le cortasen un poquito las puntas, muy poquito. Todo fue bien durante un minuto. Yo contemplaba la escena sentado en un taburete detrás de su puesto y los veía reflejados en el espejo. De pronto empezó a moverse impaciente en el sillón y a gritar quejumbroso, ¡Jose, me lo está cortando mucho!, precedido por un par de no ways, su nota definitoria. El peluquero que se encontraba a su izquierda cortándole el pelo a un chico de apariencia asiática se reía entre dientes, mientras la peluquera de J., profundamente disgustada, trataba de disculparse. "Mira", me decía mostrándome un par de puntas cortadas que acababa de coger de la capa que cubría su espalda, "esto es lo que he cortado" (en efecto, menos no podía haber cortado. Me parecieron unos tres o cuatro milímetros). Dada la situación, no cortó más. Cuando le hubo lavado y secado la cabeza, J. se miró en el espejo y me insinuó que le había cortado muy poco, que aún se podría cortar un poco más, pero yo le respondí, "Vámonos. Dudo mucho que quiera volver a acercarse a tu pelo. Te pusiste un poco histérico". Me mandó que le pidiese disculpas de su parte y lo hice. Ella las aceptó a regañadientes: la primera frustrada del día, con tema de conversación para cuando llegue a casa con su marido. Después saldría yo escaldado. Pagó y nos fuimos.

Tuesday 8 July 2008

Chez moi

The door

The hallway (kind of)

The whatchamacallit (living room, sitting room, dining room, lounge, study...), taken at 9pm (it wasn't as dark as it appears though. I didn't use the flash; with flash the photo was way too bright for my liking.)



The kitchen door (centre). The bathroom is to the left and the bedroom to the right.

The bathroom

The kitchen

The bedroom

The built-in wardrobe

A look through the window


PS. On the morning of Monday the 14th (at eight):





PPS. I now live in Delicias, I was shocked to find out this weekend. Arganzuela (second district of the villa de Madrid) is divided into seven quarters: Imperial (21), Acacias (22), Chopera (23), Legazpi (24), Delicias (25), Palos de Moguer (26) and Atocha (27) [source here]. The number in brackets is the quarter number, which is usually shown on parking meters (or pay and display machines) and nowhere else. On a few occasions I have seen signs on lamp posts or buildings stating the district and quarter number, but that is very rare indeed.

If whoever sees these photographs thinks the flat looks a bit dull, for their ease of mind I'll add that I haven't finished decorating. Rather, I haven't started to decorate yet. My intention was just to tidy up before I took the pictures and it has already taken me quite a lot of time to do so, so I am happy with the result. If drastic change takes place in the next few weeks or months, you'll know.

La felicidad era esto

'We are police officers, sir. We have reason to believe that you may be using a stolen credit card, the property of a Mr Edward Bridges of Solihull.'
'Ah,' I said and smiled.
All at once a hundred thousand gallons of acid poison poured out of me and a hundred thousand pounds of lead fell from my shoulders.
'Yes. Yes,' I said. 'I'm afraid that you are absolutely right.'
'If you wouldn't mind coming with us, sir? I am arresting you now and will shortly make a formal charge at the station.'
I was so happy, so blissfully, radiantly, wildly happy that if I could have sung I would have sung. If I could have danced I would have danced. I was free. At last I was free. I was going on a journey now where every decision would be taken for me, every thought would be thought for me and every day planned for me. I was going back to school.
I almost giggled at the excitement and televisual glamour of the handcuffs, one for my right wrist the other for the policeman's left. (pág. 401)
Stephen Fry, Moab is My Washpot, Arrow Books, 1998.
[I know that my early life was at one and the same time so common as to be unremarkable, and so strange as to be the stuff of fiction. I know of course that this is how all human lives are, but that it is only given to a few of us to luxuriate in the bath of self-revelation, self-curiosity, apology, revenge, bafflement, vanity and egoism that goes under the name Autobiography. You have seen me at my washpot scrubbing at the grime of years: to wallow in a washpot may not be the same thing as to be purified and cleansed, but I have come away from this very draining, highly bewildering and passionately intense few months feeling slightly less dirty. Less dirty about the first twenty years of my life, at least. The second twenty, now that is another story... (pág. 434)]