Saturday 25 October 2008

Retrete de embajadores

Me despedí de Pablo y Natalia, que tomaron el sentido contrario. Caminé de vuelta a casa con Marie, Nina y Javier hasta la plaza de Santo Domingo y con las dos primeras hasta La Latina. Después seguí solo hasta la glorieta de Embajadores y entré en el metro. Era la una y treinta y pico y esperaba que no hubiese pasado el último tren. En un banco del andén que daba la espalda a las escaleras mecánicas había dos chicos sentados. No me di cuenta de su presencia mientras subía, me llamó más la atención el cartel rasgado de Memorias de una ninfómana y me acerqué a echarle un vistazo antes de colocarme en la parte delantera del andén. Absorto en mis pensamientos, miraba alternativamente el andén de enfrente y los minutos que faltaban para que llegase el tren. Y fue en una de esas idas y venidas de mi cabeza que me percaté de los dos chicos sentados en el banco, y en una posterior que vi que uno de ellos se dirigía a su compañero, que seguía sentado, con la mano en la bragueta desde la esquina más próxima al banco. Se sentó y un minuto después ambos se levantaron, tomaron las escaleras mecánicas descendentes y desaparecieron.

Yo aproveché para husmear. El charco que esperaba encontrar fue la prueba.

Tuesday 21 October 2008

Sobre a nudez forte da verdade o manto diaphano da phantasia


Estatua de José Maria de Eça de Queiroz por Teixeira Lopes, desde la Rua do Alecrim, Bairro Alto.

Wednesday 15 October 2008

Bicharraco inmundo

Después de los voladores, los bichos que más miedo me dan son los saltadores, seguidos de los que caminan rápidamente, los que lo hacen más lentamente y los que se arrastran. Aquí no considero a las serpientes. Estas me dan más miedo que ningún otro, pero a estas no las llamaría bichos. Nunca bajaría corriendo de mi habitación después de ver una serpiente en mi cama y le diría a mi madre, "Hay un bicho en mi cuarto". No hay un bicho, HAY UNA SERPIENTE. Son palabras mayores.

Así que imaginaos la escena. Estáis en la sala sentados en la silla del escritorio dividiendo vuestra atención entre vuestra madre, que está al teléfono, y un episodio de Dirty Sexy Money, y, sin avisar, os llega un sonido como de matraca de debajo de la silla. Naturalmente os levantáis, giráis un par de veces la silla y la hacéis rodar un rato por el suelo de parqué con el oído atento en busca del problema. No oís nada extraño, así que os sentáis de nuevo.

Al cabo de media hora, esta vez hablando con vuestra hermana, vuelve a sonar la matraca debajo de la silla, y esta vez lo hace de tal forma que os levantáis de un salto pensando, con fundamento o sin él, tampoco tenéis mucha experiencia selvática, que hay una serpiente en la sala, por muy imposible que parezca que una serpiente haya podido colarse en un quinto piso del centro de Madrid. A serpiente os ha sonado, y habiendo quedado claro esta vez que no ha sido la silla porque el sonido se repitió unos segundos después de haberos erguido, en vuestro cerebro seguís visualizando la fuente del ruido como una serpiente y oteáis alrededor en busca de algún indicio de su presencia. Con una pequeña linterna, envalentonados por el apoyo sonoro a través del auricular, examináis los bajos del sofá, y constatáis que es de urgencia moverlo para limpiar debajo, y tomáis nota mental de ello para la limpieza general del domingo siguiente. No hay rastro del animal. Vuestra hermana os confirma que oyó el ruido y que cree que es del móvil, peores ruidos ha hecho otras veces, dice. Pero a vosotros no os conforta, solo os sirve para confirmar que el ruido provino de vuestra sala, y no podéis dejar de pensar que no sonó en mono, sino en Dolby Surround 5.1 por lo menos, y entonces recordáis las palabras de Tania: "¿Tu tele tiene sonido envolvente, no?" "Eh, nunca me había fijado, la verdad, pero ahora que lo dices", y apretáis al botón del mute en el mando. Escucháis. Nada. Silencio.

Colgáis y os vais a prepararos unas uvas a la cocina. Ponen Buenafuente en la tele ahora. A punto de meter una uva en la boca, esta vez sentados en una de las sillas de la mesa de comedor debido a que la del escritorio no os genera confianza, con la sonrisa empezando a desvanecerse para separar los labios y hacerle hueco, giráis medio cuerpo porque sois de naturaleza nerviosa y no os podéis quedar un segundo quietos, y veis un insecto enorme en la pared, unos cuarenta centímetros por encima del monitor. Si la sonrisa no se os había acabado de borrar mientras abríais la boca para introducir la uva, ahora seguro se ha desvanecido del todo. Dejáis la uva en el plato, os ponéis a la pata coja y os sacáis la sandalia del pie derecho. Y os acercáis. Un cuarto de paso. Chuuus. Otro cuarto de paso. Y salta. Tragáis saliva. Al sofá, os ha parecido que ha ido. Os quedáis de piedra con la sandalia en la mano y movéis los ojos lentamente a la izquierda. Cuando comprobais la inexistencia de peligro inminente os ponéis la sandalia en el pie derecho sin movimientos bruscos y, como si la cosa no fuera con vosotros, hacéis mutis por el foro.


Después de este ejercicio de imaginación, estáis en condiciones de entender que me metiera en mi habitación y cerrase la puerta detrás de mí. También que mirase, dentro, a mi alrededor con suspicacia, me inspeccionase a mí mismo en los espejos de las puertas correderas del armario, asegurándome de que no llevaba la bestia parásita sobre mí, y procediese inmediatamente a desvestirme para ponerme a continuación ropa de calle por si tenía que salir huyendo de la casa y llamar a los bomberos.

Con gran sigilo abrí la puerta. Comprobé que no había moros en la costa, salí y empecé a caminar. Miraba de derecha a izquierda con pasadas rápidas. Y allí lo vi, encima de la mesa, inmóvil. Levanté la pierna derecha otra vez, me saqué la sandalia, aproximé la mano lentamente y ¡ZAS! Todavía se movía. ¡Zas! otra vez. Era la una menos cuarto, demasiado tarde para llamar a alguien y decirle que tenía un bicho muerto encima de la mesa. Le mandé un mensaje a mi hermana: "Mari, era un saltamontes o algo así. Qué susto me ha dado cuando lo vi en la pared encima del monitor! Ahora está muerto en la mesa. Espero q no haya más. Jose"

Estoy paranoico ahora.



(Fotos tomadas a la mañana siguiente)

Tuesday 14 October 2008

Acto sexual que se utiliza con el ano

Estoy viendo, bueno, acaba de terminar, el programa GPS Testigo directo en .nova, que esta semana trata de los tópicos nacionales: que si interesa más el deporte que la política, que si los catalanes son tacaños, que si existe la rivalidad entre ciudades vecinas, que si mueven más dos tetas que dos carretas. Nada de lo que he visto me ha parecido objetable ni destacable, nada salvo una cosa. Tratando de descubrir si el tópico de que las rubias son tontas es cierto, seleccionaron a tres chicas rubias y tres morenas de las que pasaban en ese momento por la calle Preciados, creo recordar, y les hicieron unas preguntas de cultura general, dijeron. Al llegar al último bloque de preguntas —Sexo—, las morenas iban uno o dos puntos por encima de las rubias, pero estas demostraron ser un poco más sabidas en este bloque y consiguieron al final empatar el marcador general.

Primera pregunta: definición de cunnilingus. Todas estaban bastante puestas y no recuerdo que ninguna fallase. Me extrañó, sin embargo, la forma en que una de las rubias formuló su respuesta. Creo que dijo que era un acto sexual que se utilizaba con la lengua. Algo así. No recuerdo sus palabras con exactitud porque no fue hasta que contestó a la siguiente pregunta que pensé que lo suyo no podía ser normal, ¿cómo era posible que utilizara dos veces seguidas la misma estructura errónea? Preguntaron qué era un "griego". Las morenas contestaron, con cachondeo, "natural de Grecia", "¿un yogur?", y sincera y poco ocurrente, la última, "no sé". Las rubias estuvieron más acertadas, pero la que definió cunnilingus de aquella forma extraña respondió, palabras textuales: "es un acto sexual que se utiliza con el ano". Entonces cogí un boli y anoté la frase. Esto tenía que ponerlo en el blog independientemente de que las dos últimas entradas ya hubiesen sido inspiradas por un programa de televisión. Con un poco de suerte no habrá una cuarta.

Sunday 12 October 2008

ncuatroº

Aunque no soporto las noticias deportivas, esta tarde me quedé viendo las de Cuatro. Nunca antes había visto el informativo de esta cadena, nunca me coincidió a esas horas estar haciendo zapping y haber llegado hasta el canal diez, que es donde la tengo sintonizada. Me llevé los Cheerios, la napolitana y el capuchino al sofá; me senté enfrente de la tele y me entretuve viendo las noticias económicas, las inundaciones de Coslada y la Cañada Real y los dos buques varados en el estrecho. Sonó entonces la sintonía de los deportes (que sabía que venían cargaditos de las hazañas del "hombre anuncio" Fernando Alonso... y de fútbol, que no falte) y cogí el mando para cambiar como de costumbre. Pero en vez de continuar con mi barrido ascendente, me quedé con el mando en la mano sin hacer nada y finalmente lo volví a dejar sobre la mesa. Quizá fue la complicidad entre los presentadores o el enfoque informal que le dan a la información o la promesa de un reportaje sobre la crisis del sumo. No sé. Fuera por la razón que fuera, me quedé viéndolo. Y no estuvo mal. La falta de seriedad —debo reconocer— me descolocó, sobre todo en el reportaje sobre el perjuicio que las drogas están causando al deporte del sumo, que habría sido más adecuado para un programa como el desaparecido Noche Hache que para un informativo serio. Juro que busqué la mosca de la tele para asegurarme de que todavía estaba viendo las noticias: ¡y allí estaba el ncuatroº! Noticias de coña de temática deportiva para tiempos de crisis. Al fin y al cabo, aparte de dar los resultados y las clasificaciones, o contar ('explicar' para los catalanes) las incidencias del encuentro, la etapa o lo que sea, ¿qué más se puede decir?

Y así transcurrió el día. Con un coñazo de desfile que me pasé durmiendo todo el tiempo que duró (no oí los abucheos a Zapatero de este año ni vi tanques por las calles de Madrid). Con unas noticias de coña acompañadas por un suculento desayuno a la hora de comer. Limpieza general. La subida de las temperaturas. La peli del United 93 que me hizo temblar de rabia.

Saturday 11 October 2008

Honestly

Ayer vi a Jaime Bayly en las Noches blancas de Sánchez Dragó en La Otra. El escritor iba disfrazado. No me acuerdo muy bien de su atuendo porque no me fijo en esas cosas, pero recuerdo que iba demasiado abrigado y bien embutido en un gorro, un gorro de los que me gustan a mí, pero que yo preferiría blanco. De haber llevado una pipa, lo habría confundido con Sherlock Holmes; pensé en ello: este tío excéntrico me recuerda a alguien. Exhibía una pose inusualmente suelta, con una pierna apoyada con ostentación sobre la otra, sobresaliendo su rodilla por encima de la mesa, una pose de "soy la leche, mírame y ríndete ante mí". Quería hacerse pasar por un intelectual, aunque quedaba bastante claro que no lo era. Como comunicador me pareció horrible, no tenía la más mínima gracia y no daba gusto oírlo; sí lo daba oír a Sánchez Dragó, que contaba las historias de la novela mucho mejor que su propio autor, a pesar de que este era el protagonista de esas vivencias. Me pareció superfluo y muy creído: casi al final de la entrevista le dijo a Sánchez Dragó: nos quedaríamos aquí dos horas más por lo que nos gusta hablarnos... u oírnos. ¡¡Por favor!! No escribe mal (o no escribía mal cuando lo leía), y Sánchez Dragó alabó vehementemente El canalla sentimental, su última novela; pero como contador de historias es un negado, no tiene la gracia natural de Miguel P. ni de lejos, ya le gustaría a él. Además, me pareció muy sospechoso que se contradijese algunas veces o se olvidase de supuestos detalles de su vida que contaba en la novela. Si realmente ha vivido todas esas anécdotas, ¿cómo puede olvidarse de que en una determinada historia aparecían dos mujeres y no tres?, ¿o por qué habla de su novio y dice que prefiere verlo como amigo íntimo, que el sexo ya no le interesa, si más adelante en la charla, cuando Sánchez Dragó le pregunta si la ruptura final de la novela es cierta, él dice que sí, de manera que su novio ya no es su novio sino su ex novio?, ¿o cómo es que deja de llamar Blanca a una mujer a la que se ha referido todo el tiempo como Blanca, una argentina de la que está colado y con la que montó en bicicleta por el Retiro esa misma tarde, y la llama María de repente? Después viene con la historia absurda de que se llama Blanca María, ¿no es maravilloso? Honestly!! Si yo me dedicase a caricaturizar a todas las personas que conozco, a utilizar la hipérbole para contar todas las insulsas historietas de mi vida, también esta sería interesante; lo sería la de todo el mundo. Y probablemente todos nos olvidaríamos de si aparecían dos o tres personas, o de si Blanca se llamaba Blanca o María. Vamos, que no me creo una sola palabra.

Wednesday 8 October 2008

La piedra que desecharon los arquitectos


Salí de la parroquia de San Manuel y San Benito en Alcalá 83, crucé la calle Lagasca, bajé los escalones del metro (Retiro), torcí a la derecha en la encrucijada de túneles y, después de introducir el billete en el torno y coger hacia la izquierda, en el pasillo que conduce al andén con dirección Cuatro Caminos, sobrepasé a dos señoras que hablaban del concierto. Aminorando el paso ahora, giré disimuladamente la cabeza hacia un lado para mejorar mi audición y escuché lo siguiente: "¡Qué bien canta la gente joven!, ¡tienen unas voces!", "Se nota que tienen una preparación", "¡Y se les ve tan jovencitos!", "Bueno, yo me voy para allá [el final del andén], que me bajo en Cuatro Caminos".

La última frase, aunque parece desentonar, es en realidad relevante por indicar que ahí terminó la conversación una vez alcanzamos todos el andén. Yo primero, claro. Como una flecha las adelanté (como ya he comentado) a mitad del pasillo que cruza las vías de la línea dos, si bien en ese preciso momento, arrasado por un repentino afán de cotilleo, me entró una oportuna cojera y comencé a arrastrar los pies con lentitud, con la cabeza ligeramente ladeada y la mano extendida tras la oreja izquierda —espero que con gran disimulo— para ayudar a conducir las ondas sonoras extraviadas, a las que se veía en camino de enredarse con mi pelo, las muy tontas, por su orificio pertinente. Confirmado el fin de la conversación por la frase que parecía, sin serlo, irrelevante, con la información fresca en la cabeza, abrí la mochila, palpé el fondo en busca del portaminas, que saqué junto con un folleto doblado por la mitad del Satellite U400-11Z que cogí hace unas semanas en El Corte Inglés de Goya y mantuve todo arrugado en la mochila durante este tiempo, y escribí "Qué" en el folleto. Miré espantado el "Qué" en el folleto y desistí inmediatamente de mi actividad ante la dificultad de distinguir el tenue trazo que imprimía el portaminas sobre el papel brillante. Traté de pensar entonces en qué otro papel podría utilizar aparte de los muy tentadores artículos sobre MQWs de Tania que me llevé para mirar en el metro, y, ya al borde de la desesperación, a punto de decirme, Lo siento, Tania, pero le va a tocar a uno, y empezar con la cantinela del eenie meenie minie moe, recordé que dentro de la agenda había un folio plegado con dudas (sobre temas que no vienen al caso). Lo saqué sin esperar un segundo más y como un poseso escribí ¡Qué bien canta la gente joven!... y me quedé aliviado. No me fío de mi memoria cuando se trata de reproducir las palabras de alguien. Luego sufro tratando de recordar.

El concierto era del Coro Xenakis y fue organizado por la junta municipal del distrito de Salamanca (Pijolandia) como parte de las actividades de la Semana de la Arquitectura. De los cuatro actos en que se dividía, el que más me gustó en su conjunto fue el segundo y mis canciones favoritas de todo el concierto fueron Veni Sponsa Christi y Aita gurea, con las que conseguí por un momento encontrar la paz, con la mirada perdida en los mosaicos de la cúpula y las bóvedas del templo neobizantino. Las canciones más modernas, a pesar de lograr producir efectos sonoros interesantes, terminaban aburriendo. Téngase en cuenta que cuando con más fuerza aplaudió la gente fue después del segundo acto y del Aita gurea, sin contar los cuatro despistados que aplaudieron después del Benedictus, y, sin ánimo de ofender, después del tercer acto se levantó más de una persona de sus asientos, me imagino que con intención de largarse, para alegría de los muchos que estaban de pie abarrotando la iglesia y que por fin pudieron ocupar su asiento. Las poesías, por otro lado, con el denominador común de su ininteligibilidad en ocasiones debido a la mala acústica de la iglesia, al menos desde donde yo me encontraba, estuvieron bien (no me mojo más), y Víctor, glorioso Víctor, el primo de Natalia, me pareció el mejor recitador (¿sublime es la palabra?), con una fuerza y una pasión que por momentos resultaba "escalofriante" (por decirlo de alguna manera).

El ver a unos cuantos arquitectos, o no arquitectos, en un coro de la Escuela de Arquitectura en todo caso, en una iglesia —la susodicha—, me ha dado la excusa perfecta, ¡sí sí sí!, para plasmar aquí los versículos: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular / Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente" (Salmos 118:22,23), que se proclamaron, así dijo el cura este domingo, Proclamación del Santo Evangelio según San Mateo, en la lectura del, lo dicho, Santo Evangelio según San Mateo de este domingo. Como no me gustó la versión del portal de la Archidiócesis de Madrid, pongo el texto del portal de la Diócesis de East Anglia (mi segunda opción):
Jesus said to the chief priests and the elders of the people, "Listen to another parable. There was a man, a landowner, who planted a vineyard; he fenced it round, dug a winepress in it and built a tower; then he leased it to tenants and went abroad. When vintage time drew near he sent his servants to the tenants to collect his produce. But the tenants seized his servants, thrashed one, killed another and stoned a third. Next he sent some more servants, this time a larger number, and they dealt with them in the same way. Finally he sent his son to them. 'They will respect my son,' he said. But when the tenants saw the son, they said to each other, 'This is the heir. Come on, let us kill him and take over his inheritance.' So they seized him and threw him out of the vineyard and killed him. Now when the owner of the vineyard comes, what will he do to those tenants?" They answered, "He will bring those wretches to a wretched end and lease the vineyard to other tenants who will deliver the produce to him when the season arrives." Jesus said to them, "Have you never read in the scriptures: "It was the stone rejected by the builders that became the keystone. This was the Lord's doing and it is wonderful to see? I tell you, then, that the kingdom of God will be taken from you and given to a people who will produce its fruit."
(Matthew 21:33-44, 27th Sunday of the Year A)

Polite notice:) This reading was kindly brought to me (and now to you) by the Roman Catholic Diocese of East Anglia, a la que pertenece la OLEM church de Cambridge, Inglaterra, mi antigua iglesia, no se confunda con Cambridge, Massachusetts, nuevo hogar de Jinyong; and the Vienna International Religious Centre.

Wednesday 1 October 2008

Los avioncitos de las narices

Ahora entiendo lo que sufren los que viven cerca de un aeropuerto. Llevamos más de media hora soportando los continuos ires y venires de aviones militares por encima de nuestras cabezas. Cuando empezaron a pasar los primeros, cambié a Telemadrid para ver si informaban de lo que estaba ocurriendo, y fue Carlos Berzosa, Rector Magnífico de la Universidad Complutense, el que, al teléfono desde el hotel Ritz, entrevistado en relación con la Universidad de Mayores, se quejaba del rebumbio que no le dejaba oír, y se preguntaba a qué podría deberse. Los presentadores de Buenos días, Madrid, muy prestos, dejaron caer que el 12 de octubre es El Pilar, y dijo él, "Ah, se tratará de un ensayo", y yo, "Ah, tiene sentido". A veces hablo solo. No había caído en que en un par de semanas es El Pilar.

Si estoy aquí en casa a esta hora escribiendo, y si he podido consultar la televisión autonómica, que no suelo ver salvo por accidente —como ocurrió a principios de esta semana, lo que me sirvió para darme cuenta de que hay crisis, y de la gorda, recesión (¡gracias, Telemadrid!, muy especialmente por regalarnos el Diario de la Noche, con el imparcialísimo Hermann Tertsch, y por ser la causa de tanta tranquilidad cuando me voy a la cama y tan felices sueños), si ya me lo decía Tania hace quince días, "Jose, no te compres una nueva portátil, que estamos en crisis", y lo repetía taxativa mi hermana mayor, "¡No, no, la respuesta es no!"—; si estoy en casa a esta hora, repito, es porque tengo a un par de albañiles en el baño cambiándome el falso techo después de que se mojaran tres de los paneles en la inundación. Llevan ahí desde las nueve. Llegaron con el material, se pusieron manos a la obra de inmediato e inmediatamente el más experimentado exclamó: ¡Qué calor! Como si esa frase, qué calor, fuera una consigna secreta del superior al subordinado, el desencadenante de lo que estuviera por venir, ambos empezaron a quitarse la chaqueta. Hipnotizado yo también por la consigna y la consiguiente simultaneidad de sus gestos, me miré al pecho y, dándome cuenta de que no había nada que quitar, que estaba ya en camiseta de manga corta, pensé, Vaya, la típica escena de los albañiles, que con la excusa del supuesto calor—la mañana está fresquita, y quedaron las ventanas de la sala y el baño abiertas toda la noche—, se quedan ligeritos de ropa y comienzan una orgía, mal por mí por albergar tal pensamiento, peor por el atrevimiento de estamparlo aquí con total indecencia. Pero no. Salió el ayudante del baño —yo los miraba desde la esquina de la cocina con el dormitorio, más que nada para asegurarme de que no encendían la sierra eléctrica y me llenaban el piso de serrín y polvo de vinilo—, y dejó la chaqueta en el respaldo de la silla de comedor más próxima a él, encima de mi camiseta roja. Es un misterio lo que hizo el jefe con su chaqueta. Lo vi en ademán de quitarse algo y ciertamente se puso a continuación un chaleco, pero, ¿qué fue lo que se quitó y dónde lo dejó?, ¿saldría acaso el ayudante con las chaquetas de los dos en un fajo y las podría encima de mi camiseta roja? Aunque parecería que la distancia que recorrió fue la suficiente para que se demoraran los segundos que uno tardaría en leer el relato de los hechos, debo puntualizar que en realidad todo ocurrió de forma casi inmediata, él no se vio en la necesidad de dar más de dos pasos, el piso tampoco da para largos paseos, y, al volverse, me dijo riendo, ¡Hace calor!, y yo pensé, Uy uy uy, aunque dije, Bueno..., ni lo afirmo ni lo niego. Pero dejadme que repita, No. Que no hubo escena típica, si es que típico es de albañiles implicarse en asuntos tan turbios en horario laboral y no es de fontaneros o butaneros, o no es escena típica de ninguno y estas cosas solo se le pasan a uno por la cabeza a las nueve de la mañana después de haber dormido sólo cuatro horas e irse a la cama con un par de filetes de merluza empanados congelados en el estómago, de estos que hay que hacer en la freidora, pero que uno se empeña en hacer al horno, empecinado por el hecho de que eso era lo que buscaba el lunes en el supermercado de El Corte Inglés de Princesa, y eso era lo que creía que había comprado, hasta que en el último minuto se da cuenta de que los 180º de que se habla en el modo de preparación no se referían a la temperatura del horno, sino a la del aceite en la freidora, y, radical, se reafirma en su determinación de nunca, nunca, jamás, freír nada en su cocina, que para algo se ha comprado las patatas fritas congeladas para hacer en el horno, mientras mete los filetes en el horno a 220º al lado de las patatas en una bandeja de teflón para pizzas, y estos tardan décadas y décadas en hacerse y no se doran, como mucho se queman, y salen (¡al final salen!, y cuando lo hacen, las patatas ya fueron devoradas tiempo atrás y seguro se han desintegrado ya en agua, proteínas, almidón, fibra, fósforo, potasio, magnesio y un largo etcétera) con el rebozado (no quemado, que conste) completamente duro y del mismo color que cuando entró en el horno, y se enfrenta al plato soso con dos pedruscos aplanados de merluza marronácea clara, pero se los come igual, a desgana, pero igual, que no va a tirar la comida. Sea como fuere, me quedé mirando a los albañiles desde mi posición inicial un rato. Comprobé que utilizaban un práctico e inofensivo cutter para adecuar las dimensiones de los paneles a los huecos dejados por los paneles viejos, y poco después, moralmente obligado a hacer algo útil, me vi envuelto en la temida escena (y no por temida menos típica) en la que me coloco delante del fregadero en la cocina y rasco y rasco y rasco la grasa reseca de la bandeja de teflón, y la bandeja queda toda desgraciada como resultado, pero que nadie se preocupe, que ya lo estaba algo, ya he dicho que la escena no por temida dejaba de ser típica.