Tuesday 12 February 2008

Hay que rajarle las tripas desde la boca hasta el ch***o

8:36 de la mañana. Somnoliento y aturdido oigo desde el baño voces susurrantes que ascienden, acompañadas de pasos lentos, por las escaleras empinadas del edificio. Escucho:

"...no está en obras... cuerdas... vistas de la casa..."—frases entrecortadas entre un hombre y una mujer. De fondo, ruido eléctrico—"ATENCIÓN"—se oye proveniente de un walkie talkie, y yo espero la orden de desalojo inmediato del edificio por peligro inminente de derrumbe. Después de la aparición de grietas enormes que van de techo a suelo y abriéndose paso de esquina a esquina y de pared en pared, y azulejos descolocados por la hinchazón de tabiques debida a la filtración del agua, no me extraña. Me mentalizo. Pero no se produce el anuncio. El sonido de las voces, que se había ido magnificando hasta este momento, llega ahora cada vez más amortiguado a medida que la mujer y el hombre continúan su ascenso hacia el último piso.

La mujer (que ahora reconozco como la presidenta) se queja ante el policía de alguna cosa. Me quedo quieto y contengo la respiración para no estorbarme. Pero no consigo entender exactamente cuál es el problema. Todo está en silencio en el gallinero, silencio que no presagia nada bueno. El depredador se intuye al acecho. Salta. La del como me se estropee la lavadora, ¡monto un pollo! y del nieto de la camiseta del cocoloco, con su manifiesta enemistad desde tiempos inmemoriales (un año más o menos, que es el tiempo que hace que llevo malviviendo en este zulo malcomunicado y lúgubre), monta un pollo y, aprovechando la presencia del policía, arremete contra la presidenta. Las dos se enzarzan en una pelea de sordos con la siguiente conclusión:

    —Pues entonces tendremos que quitar todas las cuerdas de las terrazas, y tú la primera.

    —Pues si hay que quitarlas las quito, que yo he sido la primera tanto para lo bueno como para lo malo.

    —¡¡Señora, señoraa!!—trata de interrumpir el policía a la presidenta sin conseguirlo—¡bueno, venga, grite, que gritar es gratis!—y baja las escaleras solo.

Se suman más vecinas al barullo, esta vez con insultos. Asquerosa, zorra, ladrona... Dice una vecina marroquí: "A esta zorra hay que rajarle las tripas desde la boca hasta el chocho... ¡denunciar al pobre chico...!". Y más tarde: "Habría que cogerla entre dos o tres y matarla". Prosigue en árabe dialogando con otra vecina musulmana; a continuación sola mientras se pasea de aquí para allá por la casa haciendo las tareas domésticas, como buena maruja enrabietada (el tipo de maruja de la que huía aquel convertido cerosexual de Antena 3). "Que luego viene con el perro a las tantas y el perro, guau, guau, y nadie la denuncia por ello. Y ella trae a la policía para que venga a ver unas cuerdas".

Media hora después, la vecina marroquí sigue con su retórica. No se callará. "Ya le dijo el policía: señora, si usted quiere que le quite las cuerdas, usted tendrá que quitar primero las suyas".

    —Aquí tiene que venir la televisión.

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