Thursday 15 January 2009

El amor ha muerto

Nuevamente había sido un llanto largo y silencioso y llenecito de preguntas. Nuevamente habían pasado horas antes de que se durmiera. Nuevamente se despertaba demasiado temprano aún para el colegio. Por la amplia ventana del dormitorio en penumbra (...), el lamento desgarrador y agudo de la paloma cuculí era la música de fondo que liquidaba toda posibilidad de recuperación de alegría en aquella habitación amplia, moderna, confortable y alegre. (...)
No le faltaba nada, le enseñaban, le repetían, era un chico con muchísima suerte, pero él sentía que era más lo que le faltaba por conocer, por aprender, por descubrir. (...) Era un chico ejemplar, además, chico de excelentes notas, adorado por las monjitas que no se resignaron a verlo crecer y tener que entrar al mundo ya definitivamente masculino del colegio Santa María. Era bromista por las mañanas, en el colegio, para ocultar el interminable llanto de sus noches inquietas y preguntonas, conversador alegre y deportista convencido, por las tardes, para ocultar sus amaneceres. ¿Por qué nadie habla nunca de la paloma cuculí? ¿Es que nadie la oye, como yo, desde la madrugada?
                         ***

Ritual de peine, ritual de gomina, ritual de ropa adulta, ritual de parada, ritual de mirada, ritual de voz baja, ritual de reojo y carros coupés norteamericanos con escape libre y trompo en cada esquina de la vida, ¿por qué tanto, para qué tanto ritual, por qué, Tyrone, para qué, Jorge?, mira a Pájaro, por ejemplo, ¿es necesario hacer todo eso para decir te quiero pero no te quiero, para decir soy frágil pero soy muy macho, para decir me gustas y acabar diciendo nada nunca porque el ego y la bomba de Hiroshima a mí qué mierda me importan, por más que me importen y hasta me duelan? Ritual, ritual, puro ritual (...).
Pasan demasiado veloces las horas con Nat y Lucho, con Pat y Paul, con los Platters y el esfuerzo de ser como James Dean, de parecerse a Marlon Brando, de hablar golpeado, de estar Humphrey Bogart en una fiesta y no morirse en el intento. Pasan demasiado veloces las horas y ya empiezan a llegar los padres de familia a recoger a sus hijitas, saludos, whiskies, no, ya es hora de que me la lleve, su mamá dijo que a más tardar a medianoche y ya se me está pasando, reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer, ella se irá para siempre, cuando amanezca otra vez...
Detén el tiempo en tus manos, Manongo, no sufras, no te desmayes, ¿alguien te ha dicho algo sin que yo lo vea, Manongo, sin que yo lo oiga, compadre?, avisa, cuenta, le dice Jorge Tyrone, y Pájaro añade, cachaciento siempre, ¿qué pasó, manito?, ¿te tocó alguien el doloroso hígado?, no, en serio, hermano, para algo eres del barrio Marconi, para algo eres de la patota, y ya lo sabes, no somos machos pero somos muchos, vamos, desembucha, Manongo... Pero Manongo no sabe qué desembuchar, prácticamente no tiene nada que decir y no sólo porque ha perdido casi el habla, la respiración, el veraniego bronceado, el equilibrio... ¿Cómo, si se ha pasado íntegra la fiesta observando temeroso y cuidadoso el más mínimo detalle, cómo no la ha visto, cómo no la había visto hasta ahora? Reloj reloj reloj, detén el tiempo en tus manos, haz esta noche perpetua, para que nunca se vaya de mí, para que nunca amanezca... Cómo no la vio antes, ¿dónde estuvo escondida —¿como yo?— toda la noche? ¿Y quién es? ¿Y cómo se llama? ¿Y por qué se va justo ahora que yo...? Bah, de cualquier modo, qué importa, mejor así, jamás me habría atrevido a sacarla a bailar, no bailo con mocosos, me habría dicho y peor: No bailo con maricones, Manongo Sterne.
Tyrone se vuelve el amigo Jorge Valdeavellano y le pregunta, el muy ladilla de Pájaro se convierte en el hermano Pájaro y le pregunta, Jonás sonríe preocupado y le pregunta, Giorgio está nervioso y le pregunta: ¿Cuál era, Manongo?
Y él apenas se atreve a alzar un dedo y señalar a una chica que en ese preciso instante se está despidiendo de los dueños de casa pero qué extraña, qué rara, qué traviesa maña se ha dado para voltear de golpe y mirarlo con una sonrisa. Es blanca, muy blanca en pleno verano, pelo corto italian boy, nariz respingada, nariz no sólo respingada sino extrañamente también nariz respingada de primer amor, pecas por algún lado que Manongo ya casi no alcanzó a ver, tal vez en los brazos, que pecan de deliciosamente carnosos y tienen pecas y sí, así son, así fueron por un instante de aparición esos brazos desnudos y el perfil más bello y la sonrisa más traviesa del mundo...
Ya se fue. Manongo no ha visto la flecha pero sí el arco y ha sentido la herida, ¿se burlaba de mí?, ¿sabe quién soy?, ¿se reía del mariconcito que la adora, que la quiere, que se muere de ternura, de lágrimas y nudos en la garganta, de enternecerse, de querer correr y quedarse tieso y pálido, vámonos ya, Manongo, el reloj de Lucho Gatica no ha detenido nada en tus manos esta noche, mejor, tal vez, seguro que te libró del mariconcito más doloroso de cuantos te han dicho, te libró de que el arco y la flecha y la herida fueran mortales...
En el tocadiscos Nat King Cole canta una canción que él no había oído nunca antes, Pretend: son unas palabras que le aconsejan fingir, pretender estar contento cuando está blue, cuando está arco, flecha y herida... Vámonos, Manongo... Sí, claro, vamos ya... Si nadie la conoce, si nadie la ha visto nunca antes, si nadie sabe quién diablos puede ser esa chica ni de dónde salió ni dónde vive ni dónde estudia ni nada nada nada... Nada más que una visión, Manongo, claro, guárdala, atesórala, será mejor así sin duda alguna, un mariconcito de ella, un pellizcón de esa chica traviesa en el hígado te habría fulminado, mejor así, ya lo sabes, Manongo, te lo está cantando de despedida Nat King Cole: Pretend you're happy when you're blue, it isn't very hard to do... Aunque a lo mejor resulta imposible, dolorosamente imposible... Anótalo en tu diario íntimo, Manongo, anota tus palabras de amor en la arena que se lleva el viento, tus Love letters in the sand, como Pat Boone, como la adolescencia, porque esto es la dolescencia también, Manongo, ya no se llora calladamente como cuando se era niño pero una vez tras otra se anuda la garganta y quieren estallar los ojos y son millones y millones las preguntas que la gente se hace...
Por eso fuman tanto, se visten tanto como adultos, por eso matan para no morir de miedo, por eso muequean en vez de sonreír, y de ahí tanta gomina y tanto tupé, tanto gallito engominado por medio centímetro más de estatura, también ellos, Manongo, como tú, escuchan las palabras de Pretend y Nat King Cole y saben fingir y estudian los rituales de la hombría quinceañera ante y con los objetos más preciados de este mundo: un peine y un espejo, más el frasco de gomina y una innecesaria afeitada a veces, Manongo... They pretend. ¿Lo lograrás tú? (...)
No, Manongo, no lo lograrás... Pero no lo lograrás, Manongo... No, tú no lo lograrás, nadie, nadie tanto como tú nunca lo logrará... Son las primeras horas de la madrugada y en el tocadiscos del dormitorio con la puerta cerrada, muy muy bajo el volumen para no despertar a nadie, la Rapsodia sobre un tema de Paganini y James Mason en la cubierta del barco, tumbado en su perezosa de siempre, deshecho por el dolor de una aparición fugaz, de la bailarina que no podía bailar y murió de amor por él, matando así el amor, llevándoselo para siempre de este mundo, dejando tanta pena, tanto dolor, cuánta crueldad, por Dios, todo el amor del mundo te daré, James, se lo habría dado ella, pero ella ha muerto y el amor ha muerto y Mason continúa en la perezosa y al fondo se ve azul el mar de lágrimas que oculta apenas un sombrero oscuro, ¿unos anteojos negros?, un británico terno de franela gris y el cardigan amarillo y la gruesa corbata negra de ancho nudo Windsor que Manongo se desajusta, bajando el lazo sobre su pecho para abrirse el cuello de la camisa porque lo ahoga la mirada fugaz de una aparición traviesa, pecosa, de nariz respingada, de pelo corto y oscuro, italian boy, y un nudo atroz en la garganta, el amor fue una aparición que ha muerto, se fue la aparición, se llevó el amor aparecido, el amor para ti, y aunque no hay bella melodía en que no surjas tú, bailarina fugaz pelirroja y de pelo oscuro y aunque uno finja y finja y pretenda y pretenda y aunque canten Nat King Cole y Lucho Gatica y por un instante el amor te sonría, sólo será para desaparecer y morir en el acto mismo de su aparición, porque el amor ha muerto y el tema de Paganini sólo Rachmaninov sabe para quiénes, para quién lo compuso, hombres que mueren de muerto amor, de tanta crueldad, que yacen en camas como perezosas, en perezosas que son camas envueltas por bellas melodías en las que el amor muerto es sólo un recuerdo, la fugaz aparición de un pasado que determina toda la inmensa crueldad del presente y del futuro... ¿unos anteojos negros para ocultar el futuro?
Poco a poco has empezado a entender esto: lees y no aprendes, estudias y no aprendes, te enseñan, te aconsejan y no aprendes. Y es que aprendes sólo a costa de ti mismo, Manongo. Así aprenderás, por ejemplo, que febrero puede ser el mes de mayor ansiedad en todo el año, marzo el de mayor miedo y, de pronto, como en un estallido, el más feliz. Y abril será el mes más cruel, aunque también, también a la larga abril habrá contenido en él sus mayos y junios de nueva vida, sus julios y agostos de nuevas y muy grandes amistades, sus septiembres, octubres, sus noviembres y diciembres que anunciarán nuevos veranos de felicidad y nuevos desasosiegos. Y aprenderás a costa del miedo, de la inmensa ansiedad de una segunda quincena de febrero, que las apariciones reaparacen y no mueren y tampoco son tan crueles. Y que pueden ser traviesas y graciosas, muy alegres muchachas nuevas, (...) que si de pronto aparecieron fugazmente una noche en una fiesta de verano (...) es porque han llegado a esa edad en que también sus padres empiezan a darles permisos de adolescentes (...), y, claro, ustedes los matadores debutantes y fumantes del mundo nuevo de la adolescencia, con sus usos, sus costumbres, sus rituales de hombría, se preguntan de dónde salió esta chicoca y aquélla y aquélla y también ellas se están preguntando al mismo tiempo de dónde salió un Tyrone Power, un Pájaro, un Jonás, un Giorgio, un Pepo y sí, Manongo, sí, también se pueden estar preguntando de dónde salió el muchacho alto y flaco de los anteojos negros, ¿cómo se llamará, quién será, dónde estudiará? Para María Teresa Mancini Gerzso, Tere Mancini para sus amigas del colegio Belén, también tú fuiste una aparición la otra noche en la fiesta, también tú has salido de la nada que hasta hace muy poco fue la infancia, Manongo. (...)

Y ahora amanece muy pronto para Tere Mancini y para Manongo Sterne, cada uno en su cama de la misma calle General La Mar, Manongo en la primera cuadra y Tere en la antepenúltima, o sea qué cerca, según ella y qué lejos, según él, aunque son tan solo siete cuadras, la verdad, cada uno en su cama escuchando el canto de la paloma cuculí. Tere se fija detenidamente en él por primera vez, y lo encuentra más bien triste, Manongo seguro sí que se ha fijado siempre. Y Manongo, que sí que se ha fijado siempre en el canto cuculí de la paloma y lo ha encontrado realmente desgarrador, por primera vez empieza a descubrir que ese canto es el de una paloma más, que no necesariamente tiene por qué matarlo a uno de pena porque ahora además está en el mundo Tere, Tere, Tere, Tere, Tere Mancini Gerzso, suiza por parte de padre y de madre y alegre, tan alegre que ni siquiera el triste canto de la palomita del diablo le parece tan triste en un amanecer que le suena a nuevo, a que hay algo nuevo bajo el sol de este verano que jamás acabará. (...)
A solo siete cuadras de distancia, o sea lejísimos para un amor como el de ellos, Manongo sin embargo parece estarla escuchando. Manongo parece saber que Tere Mancini ha derramado lágrimas matinales por él, que Tere empieza a captar algo, por fin, y que aunque él mismo no se entienda, ni siquiera entienda bien por qué no es tan desgarrador esta mañana el canto de la paloma cuculí, al menos Tere empieza a comprenderlo un poco por fin, y siente y capta o sabe Dios qué, por qué él que tanto ha llorado, que tanto llora, reirá, y por qué ella que tanto ha reído y tanto ríe, ahora llora y llorará. (...) Será (...) como la vida misma, risas y lágrimas, pero las lágrimas suyas serán a veces las risas de ella y las risas de ella sus más dolorosas lágrimas, porque así es la vida, Manongo, y así nos complementaremos Tere y yo, ella me cuidará bajo el ala de sus sonrisas y yo no la dejaré llorar bajo el ala de mis lágrimas y será uno solo y será para los dos el mismo, en todo caso, el canto de todas, el canto de cualquiera de las palomas que hay en este mundo, que nos toque enfrentar en esta vida... "No tenía por qué ser yo el único que escuchaba así el canto de una paloma", piensa, siente Manongo, mientras va saliendo de su cama y le estira alegremente los brazos a su primera mañana con Tere... "No sé cómo he podido ser así. No sé cómo he podido no fijarme nunca en el canto desgarrador de la paloma cuculí", piensa, siente Tere, mientras le estira dulce, suave y preocupadamente los brazos a su primera mañana con Manongo...
Alfredo Bryce Echenique, "No me esperen en abril", Compactos Anagrama, marzo 2002, (págs. 29-30 y 60-73).


   —El cielo sin cielo y sin ciudad —repetía, una y otra vez, Manongo, aquella madrugada, mientras Tere manejaba el automóvil en dirección a su casa. Sus hijas sabían perfectamente quién era ese hombre que ahora hablaba como de memoria, despatarrado ahí a su lado. Pero nunca lo habían visto y definitivamente no era ése el mejor momento para que lo vieran, para que lo conocieran. Bueno, con suerte no lo verían hasta la mañana siguiente, hasta que Manongo durmiera todo lo que fuera necesario y amaneciera con mejor aspecto. Tere había decidido llevarlo a su casa a como diera lugar.
   —El cielo sin cielo y sin ciudad...
   —No te entiendo, mi amor...
   —La ciudad y el cielo...
   —Manongo, amor...
   —Que baile, que baile, que baile...
   —Tus amigos sólo han querido ser discretos, mi amor...
   —La discreción de mis amigos me matará, Tere...
   —Te quieren, Manongo. Te quieren tanto como tú a ellos, pero el tiempo pasa y la gente cambia...
   —El cielo sin cielo y la ciudad sin jaguares...
   —¿No te acuerdas, Manongo? ¿No te acuerdas de que sólo tú eres como nadie es así?
   —¿Y tú?
   —...
   —El cielo sin ciudad y la ciudad sin jaguares... Y la humedad y el deterioro —dijo Manongo, añadiendo enseguida—: Y los amigos...
(pág. 590)

4 comments:

ChriSmilla said...

est-ce que tu as lu le livre de luis landero?

Tania said...

Paloma cuculí, monjitas, jeje, definitivamente que la narrativa latinoamericana se identifica fácilmente.

ChriSmilla said...

you've been tagged - dime 6 momentos en los que sueles sonreir [yo ya he escrito los mios en el blog, puedes leer y donde no entiendes te lo traduzco :p]

Rapunzell said...

No hay como este libro... Además y todavía!