Monday 30 June 2008

La Jose pe 29 iunie 2008


Antes de hacer esta foto (con el móvil, de ahí su mala calidad) pinté la estantería que se encuentra a la derecha con un barniz brillante de color roble claro y a continuación bajé a la piscina mientras el pincel se secaba colgado al sol en el tendedero de la terraza. El olor del agua era diferente al de la piscina cubierta a la que suelo ir; me resultó un poco desagradable al principio, luego me acostumbré y me sentí como pez en el agua. La ventaja de esta piscina frente a la cubierta son sus reducidas dimensiones, lo que hace que sea prácticamente imposible que me encuentre cansado después de hacer un largo o que me vean jadeando como si acabase de correr la maratón y me pregunten si me ocurre algo (como me ha sucedido alguna vez en la grande).


No pude terminar de pintar la pared porque se me acabó el bote de un litro de pintura de color salmón (no rosita). La elección de este color fue simple: ya tenía el bote en casa y había que aprovecharlo (lo compré para pintar la lechada con la que cubrí los agujeros de taladro de las paredes de mi casa anterior). Decidí pintar de un color distinto al blanco sólo la pared de la cabecera de la cama para ahorrarme el arduo trabajo de pintar la habitación completa. Aunque al resto de paredes no les vendría mal una mano de pintura, la de la cabecera era la que más asco daba, y al menos así soluciono provisionalmente el problema.

Salí de casa para ir al Carrefour después de que hubiese empezado la final de la Eurocopa. Oí al vecino gritarle "hijo de p***" a alguien de la tele cuando me dirigía al ascensor; después, en la desierta calle de Bolívar, se desató la euforia: "GOOOOOL" gritaban al unísono los habitantes del edificio de mi derecha y los del edificio del lado izquierdo de la calle, "GOOOOOL" gritó la gente que se encontraba en el bar de la esquina de Bolívar con Zinc y "GOOOOOL" repitieron los sentados en la terraza. El chico y la chica que pasaban en ese momento en coche con dirección a la calle de Embajadores gritaron "GOL" unas décimas de segundo después, y a lo lejos se oyeron las pitadas insistentes de conductores sobrecogidos por el gozo o las ganas de garrulear.

En el metro me quedé de pie detrás de un cochecito parlanchín. Canturreaba chachachochachicha... un sinsentido que me hizo pensar que allí dentro se escondía un bebé con un sorprendente dominio del sonido [ch] para su edad. El "bebé", que tras cada sílaba con que batía el aire iba aumentando en mi mente en volumen y sabiduría, terminó hilvanando el sinsentido con suma maestría con alguna canción infantil. El propietario del cochecito y padre de lo sentado en él, lo miraba, hablaba con él y le hacía muecas. "¿Cuántas estaciones faltan?", se oyó a la voz del cochecito preguntar cuando estábamos a punto de entrar en Hospital Doce de Octubre. "Dos", contestó el padre. "Una...", comenzó la voz al detenernos en la estación, "dos, tres, cuatro, cinco...", siguió de carrerilla. Con cada unidad en que iba incrementando la cifra anterior, la locuaz criatura adquiría en mi imaginación unas cada vez más inquietantes dimensiones que acentuaban la incompatibilidad de lo allí oculto con la pequeñez del continente, y me llevaban a vislumbrarla con creciente nitidez en mi fantasía, con su mochilita a los hombros, a las puertas del parvulario o cerca ya del colegio de Primaria. Agotado como estaba después de un largo día de trabajo y una noche de poco sueño, ocupé uno de los dos asientos que quedaron libres al lado del padre. Desde mi nueva posición, de aquel carrito seguía solo consiguiendo trascender el sonido de lo oculto en su interior, hasta que inesperadamente, como las mejores cosas en la vida, de un brinco apareció delante de mí la niñita más dulce que recuerdo haber visto en mucho tiempo, con una cabecita grande y un cuerpecito delgado y frágil como el vidrio. "¡Es esta!", dijo a medida que el tren se iba deteniendo en San Fermín-Orcasur. "No, es la siguiente", corrigió el padre. "¿Sabes? España ha metido un gol", continuó. Se hizo un segundo de silencio durante el cual la niña sondeó seria a su padre con la mirada. Se dibujó entonces una sonrisa en sus labios y estos se separaron en una explosión de alegría: "¡Mentiroso!" "No, estoy diciendo la verdad" "Estás mentiendo" "Se dice mintiendo, no mentiendo." "No, mentiendo." "Mintiendo." "Mentiendo." "Mintiendo." "¡Es mentiendo o nada!" El padre se incorporó entonces, cogió a la niña por las axilas y la colocó en el cochecito. "¡Eres un mentiroso!" La frescura de esa niña consiguió que en un instante se desvaneciera de mi cabeza esa aversión hacia los niños que me produjeron dos fines de semana completos de llanto tonto de niño en la piscina de debajo de mi ventana y su "Mamá, mamá, mírame... Mírame, mamá... MAMÁ, MÍRAME", como si la madre no tuviese cosas mejores que hacer que mirar su tontería. ¡Es que no los veo, pero me los imagino!

El Carrefour estaba, como había supuesto, vacío. Por megafonía se oía la retransmisión de la cadena SER del partido y el frutero se movía intranquilo de detrás del mostrador de la frutería a los distintos estantes y vuelta a detrás del mostrador. A las diez menos diez la mayoría de los congeladores estaban tapados y una empleada me exhortó a que me fuera acercando a la línea de cajas cuando me encontraba en pleno proceso de selección de unos Carte d'Or. Me vino bien su presencia para ayudarme a averiguar el precio no indicado de alguna de las variedades.

Por los gritos y los pitidos que se oían cuando volvía a casa cargado supe que España había ganado. Lo que no sé todavía (nadie me ha puesto el resultado delante de las narices y no he tenido tampoco la curiosidad de mirarlo) es el resultado. Quizá lo mire cuando le ponga el punto y final a esta frase.

2 comments:

ChriSmilla said...

yo quiero una ninnita como esa!! que mona! :x

[ahora ya sabes el resultado del partido, verdad? :p]

Jose said...

Sí, 1-0, lo pregunté ayer antes del tutorial sobre amplificación Raman :)